Xavier Sala i Martín
Si convirtiéramos la riqueza de todos los superricos de la historia a precios actuales e hiciéramos el ránking de las personas más adineradas de todos los tiempos, veríamos que el primero de la lista es el emperador Mansa Musa I de Mali que vivió entre 1280 y 1337. Su imperio extraía ingentes cantidades de oro que él utilizó para crear ciudades, universidades, palacios, madrasas y mezquitas y promover la cultura, la ciencia y el arte. Musa convirtió la ciudad más importante de su imperio, Tombuctú, en una de las capitales mundiales del comercio, la cultura y la intelectualidad, con palacios y edificios diseñados por los mejores arquitectos españoles de la época.
Se cuenta que en 1324, Mansa Musa organizó un peregrinaje a la Meca acompañado de 60.000 hombres y 12.000 esclavos, todos vestidos en seda persa, cada uno cargado con una barra de oro de dos quilos de peso. Les acompañaban 80 camellos cargados con 120 quilos de polvo de oro cada uno. Dado que ese era un peregrinaje piadoso, Musa iba regalando el oro a los pobres que encontraba en el camino. El viaje acabó descrito en los libros como uno de los más fastuosos y extravagantes de la historia. El historiador al Humari visitó El Cairo 12 años después de que Mansa Musa pasara por ahí, y vio que la gente todavía hablaba, con cariño y nostalgia, de la generosidad del emperador de Mali. Algunos estudiosos(*) han cifrado la fortuna personal de Mansa Musa en 400.000 millones de dólares a precios actuales, tres veces superior a la de Bill Gates en el mejor momento de su vida (en su momento de máxima riqueza se estima que el fundador de Microsoft tuvo 136.000 millones de dólares en el banco).
A pesar de su inmensa y obscena riqueza, Mansa Musa nunca comió pizza o chocolate, nunca fue al cine, nunca pudo tomar una aspirina cuando tenía dolor de cabeza. Nunca pudo encender la tele con un mando a distancia cuando llegaba cansado a su palacio, ni pudo tirar de la cadena para que el agua se llevara sus deposiciones, ni apretar el interruptor para encender o apagar la luz. En su famoso viaje, tardó varios meses en recorrer a caballo los 5.000 quilómetros que separan Mali de la Meca, un viaje que un avión moderno realiza en unas 6 horas y 34 minutos. Los palacios de Mansa Musa no tenían aire acondicionado. Por más que en la época, Timbuctú era un centro intelectual, sus sabios no tenían acceso a los libros o a los artículos científicos que se desarrollaban en otras universidades del mundo. No tenían acceso a Google ni a los periódicos de todo el mundo de manera instantánea y gratuita. Sus hijos no podían jugar con la Playstation o la Wii, ni matar cerdos lanzando pájaros enfadados desde su ipad. Para comunicarse con su colega el sultan an-Nasir de El Cairo, Mansa Musa no tenía Whatsapp, ni Facebook, ni teléfono móvil. Tenía que escribir una carta que era transportada a caballo a través del desierto y que, si los piratas del desierto no la interceptaban, tardaba meses en llegar. Aunque parezca mentira, todo esto que el hombre más rico de la historia nunca pudo hacer, lo tiene el trabajador medio de una economía capitalista.
A través de la historia las sociedades humanas han sido formadas por unos pocos ciudadanos muy ricos y una aplastante mayoría de pobres. El 99,9% de los ciudadanos de todas las sociedades de la historia, desde los cazadores y recolectores de la edad de piedra, hasta los campesinos fenicios, griegos, etruscos, , romanos, godos u otomanos de la antigüedad, pasando por los agricultores de la Europa o medieval, la américa de los Incas, los Aztecas o los Mayas, la Asia de las dinastías imperiales o la África precolonial, vivieron en situación de pobreza extrema. Todas, absolutamente todas esas sociedades tenían a la mayoría de la población al límite de la subsistencia hasta el punto que, cuando el clima no acompañaba, una parte importante de ellos moría de inanición. Todo esto empezó a cambiar en 1760 cuando un nuevo sistema económico nacido en Inglaterra y Holanda, el capitalismo, provocó una revolución económica que cambió las cosas para siempre: en poco más de 200 años, el capitalismo ha hecho que el trabajador medio de una economía de mercado media no solo haya dejado de vivir en la frontera de la subsistencia, sino que incluso tenga acceso a placeres que el hombre más rico de la historia, el emperador Mansa Musa I, no podía ni imaginar.
¡Si! Ya sé que algunos me dirán que los trabajadores de hoy pueden disfrutar de todas estas comodidades gracias al progreso tecnológico y no gracias a la economía de mercado. La pregunta, sin embargo, es: ¿por qué se inventaron la aspirina, el aire acondicionado, el Whatsapp, los “Angry Birds” o el teléfono móvil? ¿Y por qué se inventaron en economías capitalistas? La respuesta es que los inventores buscaban beneficiarse económicamente de sus innovaciones, y el sistema capitalista les proporcionaba los incentivos correctos para que eso ocurriera.
En 1970, el 30% de la población mundial vivía con menos de un dólar al día. En el año 2011 (último año para el que disponemos de datos), la tasa de pobreza era de menos del 5%. Es decir, la tasa de pobreza se ha dividido por 6 desde 1970. ¿Qué ha pasado desde 1970? Pues, entre otras cosas, que los países más poblados y más pobres del mundo abandonaron los sistemas socialistas de planificación que los condenaban a la pobreza y adoptaron el capitalismo como forma de organización económica. El caso más espectacular es el del país más poblado de todos: la China. Cuando Mao Tse Tung murió en setiembre de 1976, el 66% de los 1.200 millones de chinos vivían con menos de un dólar al día (un dólar al día es la definición de pobreza extrema que la Organización de las Naciones Unidas utilizó para declarar los objetivos del milenio en el año 2000). Un par de años después, su sucesor Den Xiao Ping introdujo el capitalismo como sistema económico en lo que hasta aquel momento había sido un país socialista-maoísta. Después de cuatro décadas de economía de mercado, el porcentaje de chinos que vive por debajo del umbral de la pobreza es de menos del 0,3%: Cuando murió Mao, había 615 millones de ciudadanos pobres en su país. De ellos, un total de 612 millones de personas han dejado de ser pobres gracias a que el sistema económico ha cambiado.
Una cosa parecida ocurrió en la India, que en 1991 abandonó su sistema socialista de planificación quinquenal e introduzco una tímida liberalización de mercado. Eso conllevó el crecimiento económico del gigante del sudeste asiático y ha conllevado que millones de ciudadanos dejaran de vivir por debajo del umbral de la pobreza. Y desde 1995, incluso la mayoría de países africanos empezaron a seguir la senda de crecimiento y a reducir sus tasas de pobreza.
¡No! El capitalismo no es un sistema económico perfecto. Pero cuando se trata de reducir la pobreza en el mundo, es el mejor sistema económico que jamás ha visto el hombre.
Si convirtiéramos la riqueza de todos los superricos de la historia a precios actuales e hiciéramos el ránking de las personas más adineradas de todos los tiempos, veríamos que el primero de la lista es el emperador Mansa Musa I de Mali que vivió entre 1280 y 1337. Su imperio extraía ingentes cantidades de oro que él utilizó para crear ciudades, universidades, palacios, madrasas y mezquitas y promover la cultura, la ciencia y el arte. Musa convirtió la ciudad más importante de su imperio, Tombuctú, en una de las capitales mundiales del comercio, la cultura y la intelectualidad, con palacios y edificios diseñados por los mejores arquitectos españoles de la época.
Se cuenta que en 1324, Mansa Musa organizó un peregrinaje a la Meca acompañado de 60.000 hombres y 12.000 esclavos, todos vestidos en seda persa, cada uno cargado con una barra de oro de dos quilos de peso. Les acompañaban 80 camellos cargados con 120 quilos de polvo de oro cada uno. Dado que ese era un peregrinaje piadoso, Musa iba regalando el oro a los pobres que encontraba en el camino. El viaje acabó descrito en los libros como uno de los más fastuosos y extravagantes de la historia. El historiador al Humari visitó El Cairo 12 años después de que Mansa Musa pasara por ahí, y vio que la gente todavía hablaba, con cariño y nostalgia, de la generosidad del emperador de Mali. Algunos estudiosos(*) han cifrado la fortuna personal de Mansa Musa en 400.000 millones de dólares a precios actuales, tres veces superior a la de Bill Gates en el mejor momento de su vida (en su momento de máxima riqueza se estima que el fundador de Microsoft tuvo 136.000 millones de dólares en el banco).
A pesar de su inmensa y obscena riqueza, Mansa Musa nunca comió pizza o chocolate, nunca fue al cine, nunca pudo tomar una aspirina cuando tenía dolor de cabeza. Nunca pudo encender la tele con un mando a distancia cuando llegaba cansado a su palacio, ni pudo tirar de la cadena para que el agua se llevara sus deposiciones, ni apretar el interruptor para encender o apagar la luz. En su famoso viaje, tardó varios meses en recorrer a caballo los 5.000 quilómetros que separan Mali de la Meca, un viaje que un avión moderno realiza en unas 6 horas y 34 minutos. Los palacios de Mansa Musa no tenían aire acondicionado. Por más que en la época, Timbuctú era un centro intelectual, sus sabios no tenían acceso a los libros o a los artículos científicos que se desarrollaban en otras universidades del mundo. No tenían acceso a Google ni a los periódicos de todo el mundo de manera instantánea y gratuita. Sus hijos no podían jugar con la Playstation o la Wii, ni matar cerdos lanzando pájaros enfadados desde su ipad. Para comunicarse con su colega el sultan an-Nasir de El Cairo, Mansa Musa no tenía Whatsapp, ni Facebook, ni teléfono móvil. Tenía que escribir una carta que era transportada a caballo a través del desierto y que, si los piratas del desierto no la interceptaban, tardaba meses en llegar. Aunque parezca mentira, todo esto que el hombre más rico de la historia nunca pudo hacer, lo tiene el trabajador medio de una economía capitalista.
A través de la historia las sociedades humanas han sido formadas por unos pocos ciudadanos muy ricos y una aplastante mayoría de pobres. El 99,9% de los ciudadanos de todas las sociedades de la historia, desde los cazadores y recolectores de la edad de piedra, hasta los campesinos fenicios, griegos, etruscos, , romanos, godos u otomanos de la antigüedad, pasando por los agricultores de la Europa o medieval, la américa de los Incas, los Aztecas o los Mayas, la Asia de las dinastías imperiales o la África precolonial, vivieron en situación de pobreza extrema. Todas, absolutamente todas esas sociedades tenían a la mayoría de la población al límite de la subsistencia hasta el punto que, cuando el clima no acompañaba, una parte importante de ellos moría de inanición. Todo esto empezó a cambiar en 1760 cuando un nuevo sistema económico nacido en Inglaterra y Holanda, el capitalismo, provocó una revolución económica que cambió las cosas para siempre: en poco más de 200 años, el capitalismo ha hecho que el trabajador medio de una economía de mercado media no solo haya dejado de vivir en la frontera de la subsistencia, sino que incluso tenga acceso a placeres que el hombre más rico de la historia, el emperador Mansa Musa I, no podía ni imaginar.
¡Si! Ya sé que algunos me dirán que los trabajadores de hoy pueden disfrutar de todas estas comodidades gracias al progreso tecnológico y no gracias a la economía de mercado. La pregunta, sin embargo, es: ¿por qué se inventaron la aspirina, el aire acondicionado, el Whatsapp, los “Angry Birds” o el teléfono móvil? ¿Y por qué se inventaron en economías capitalistas? La respuesta es que los inventores buscaban beneficiarse económicamente de sus innovaciones, y el sistema capitalista les proporcionaba los incentivos correctos para que eso ocurriera.
En 1970, el 30% de la población mundial vivía con menos de un dólar al día. En el año 2011 (último año para el que disponemos de datos), la tasa de pobreza era de menos del 5%. Es decir, la tasa de pobreza se ha dividido por 6 desde 1970. ¿Qué ha pasado desde 1970? Pues, entre otras cosas, que los países más poblados y más pobres del mundo abandonaron los sistemas socialistas de planificación que los condenaban a la pobreza y adoptaron el capitalismo como forma de organización económica. El caso más espectacular es el del país más poblado de todos: la China. Cuando Mao Tse Tung murió en setiembre de 1976, el 66% de los 1.200 millones de chinos vivían con menos de un dólar al día (un dólar al día es la definición de pobreza extrema que la Organización de las Naciones Unidas utilizó para declarar los objetivos del milenio en el año 2000). Un par de años después, su sucesor Den Xiao Ping introdujo el capitalismo como sistema económico en lo que hasta aquel momento había sido un país socialista-maoísta. Después de cuatro décadas de economía de mercado, el porcentaje de chinos que vive por debajo del umbral de la pobreza es de menos del 0,3%: Cuando murió Mao, había 615 millones de ciudadanos pobres en su país. De ellos, un total de 612 millones de personas han dejado de ser pobres gracias a que el sistema económico ha cambiado.
Una cosa parecida ocurrió en la India, que en 1991 abandonó su sistema socialista de planificación quinquenal e introduzco una tímida liberalización de mercado. Eso conllevó el crecimiento económico del gigante del sudeste asiático y ha conllevado que millones de ciudadanos dejaran de vivir por debajo del umbral de la pobreza. Y desde 1995, incluso la mayoría de países africanos empezaron a seguir la senda de crecimiento y a reducir sus tasas de pobreza.
¡No! El capitalismo no es un sistema económico perfecto. Pero cuando se trata de reducir la pobreza en el mundo, es el mejor sistema económico que jamás ha visto el hombre.