sábado, 16 de noviembre de 2013

El negocio de las cárceles privadas en EE.UU.


  En Estados Unidos, donde habita el 5% de la población mundial, se contabilizan el 25% de todos los presos en el mundo. Entre 1900 y 1990 se alcanzó la cifra de un millón de reclusos y en la última década la cifra se ha duplicado. Los motivos de este incremento pueden encontrarse en el endurecimiento de condenas para delitos relacionados con las drogas y la imposición de penas más severas para infracciones no violentas. Otro motivo indirecto puede ser que el aumento de la población reclusa mejora las estadísticas de desempleo, ya que los presos no se incluyen en las cifras oficiales del paro.

De los dos millones de presos en las cárceles de los Estados Unidos más de 120.000 forman parte del Complejo Industrial de Prisiones. Se trata de las “cárceles privadas” uno de los sistemas más inhumanos del planeta. Para algunos, un buen negocio.

Hay diferentes denominaciones para los centros penitenciarios estadounidenses: a los de ámbito federal y estatal se les llama prisiones, a los de tipo local, cárceles, y por último, están las prisiones privadas, operadas por grandes corporaciones de "corrección". En 27 de los Estados Unidos, funcionan 120 de este tipo de centros, que suponen un coste del 10 al 15% menor que las prisiones públicas.

La primera empresa en el mundo en cárceles privadas es la Corrections Corporation of America (CCA), con 82 prisiones, ha incrementado su capital inicial de 50 millones de dólares a 3.500 millones y forma parte de las cinco empresas más pujantes en la Bolsa de Nueva York.
Lo triste es que las acciones de las compañías carcelarias suben en Wall Street, mientras caen en picado los derechos fundamentales de los presos -alimentación, servicios sanitarios, habitabilidad- que se recortan para abaratar costes.

El PIC se aprovecha de una política penitenciaria basada en la represión, el castigo y el cumplimiento de las condenas, más que en la rehabilitación y educación que favorecerían la futura reinserción social.


Los internos en prisión se ven como una suculenta fuente de miles de millones de dólares en ganancias y se acaba produciendo un trabajo esclavista. Se hace interesante a los empresarios la rentabilidad laboral de los reclusos en correccionales privados pues su trabajo no está sujeto a las leyes del salario mínimo, carecen de protección social y se vulneran sus derechos básicos como trabajadores. Pero aun proporcionando la mano de obra más barata de Estados Unidos, las cárceles privadas presentan un punto débil: el de la seguridad. Estas prisiones, con el ánimo de reducir costes, carecen de métodos eficaces para evitar fugas y esto crea alarma en la sociedad estadounidense.

Grandes y conocidas empresas se lucran de esta fuerza laboral. Entre ellas, Microsoft, Jansport, Chevron, la compañía aérea TWA, American Express, IBM, Motorola y Compaq. Puede ser procesando datos, empaquetando productos o haciendo trabajos tan diversos como la cría de cerdos o la fabricación de ropa interior de mujer.

El salario neto está en torno a los dos dólares por hora, aunque en ocasiones algunos se ven obligados a trabajo gratis.

Sin embargo, las denuncias de las ONG ante los Tribunales  han hecho renunciar a muchas empresas de practicar esta explotación laboral, pues saldría perjudicada su imagen empresarial.


Faltan cambios serios. Hay numerosas denuncias del Departamento de Justicia, Amnistía Internacional y Human Rights por torturas y violaciones de los derechos humanos. Se acusa a los correccionales privados de usar métodos de castigo y prácticas humillantes y degradantes para los presos.

El sistema estadounidense ha incrementado la represión, especialmente a las minorías negra e hispana. Hay ciudades en las que un tercio de los jóvenes de raza negra está encarcelado o pendiente de juicio. La realidad es que un negro en EE.UU. tiene un 29% de posibilidades de pasar por la cárcel al menos una vez en la vida.


Según J. G. Miller, reconocida autoridad en sistemas penitenciarios y reinserción social, las cárceles americanas se están transformando en gulags, verdaderos campos de concentración donde acaban recluidos los desempleados, toxicómanos, personas sin hogar, enfermos mentales y otras minorías marginadas.


Permanecer en prisión como resultado de la comisión de un delito forma parte de las reglas del sistema social, a falta de otras medidas sustitutivas más eficaces y humanas. Pero usar y abusar de esa situación para beneficio económico de una empresa va contra la dignidad de las personas. Demasiada condena.


Fuente: www.Solidarios.org.es

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